#37 🥺 Soy adicto a las emociones fuertes

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Después de unas semanas de desconexión donde he disfrutado mucho de correr, la montaña, estar tiempo con los niños y comer torreznos, vengo con una reflexión quizá un poco más personal.

Va de gestión emocional.

Te voy a reconocer que me van las emociones fuertes. Me va la marcha. No es algo de lo que esté orgulloso o que me avergüence, es así. Desde hace más de quince años corro ultramaratones sobre todo de montaña, escalo en roca lo que puedo y subo y bajo montañas altas.

Me atraen cosas como saltar en paracaídas o conducir a toda velocidad en un circuito. No lo he hecho todavía pero me atrae. Y seguro que lo haré en algún momento de mi vida.

Pero, y aquí viene la idea que se me iluminó hace unos días, también tengo mi propia empresa y tengo dos hijos. Eso también son emociones fuertes. Cosas como que se te caiga el proyecto que mayores ingresos te está dando o que tú hijo de dos años se pille una rabieta monumental en medio del supermercado es un chute emocional.

Pero subir montañas y aguantar el tipo en el supermercado son cosas distintas y no son intercambiables.

Quizá lo que voy a decir a continuación sea trivial para ti, para mí fue un momento ajá importante en mi vida.

Las emociones, lo que sentimos, sólo son indicadores internos de lo que está pasando fuera. La relación entre los estímulos, la rabieta, y lo que sientes, el “tierra trágame”, se construye a lo largo de nuestra vida. Es el resultado. Ese proceso desde el estímulo hasta el resultado se puede cambiar.

Pero eso ya te lo cuento otro día.

El salpicadero del coche muestra muchas indicaciones, cada vez más, del estado interno del coche. Si ignoras las señales gripas el motor.

Las emociones funcionan igual.

Entender las señales que se activan en nosotros nos permite saber qué es lo importante en nuestra vida y qué no lo es. Para mí es indiferente que un equipo de fútbol gane la liga. La indiferencia me dice que ver fútbol no es importante para mí.

Cruzar la meta de una carrera o llegar a la cima de una montaña me provoca sensaciones muy placenteras de paz interior, disfrute y satisfacción. Y además es algo que sólo siento haciendo eso, por lo tanto, eso debe estar en mi vida. En mayor o menor medida, pero debe estar.

Ver a mis hijos entrar en el colegio sonrientes, tranquilos y felices me provoca sentido de trascendencia pero verles entrar en cólera me molesta. Ninguna de las dos me deja indiferente. Ambas son emociones fuertes. Una más agradable que otra, dicho sea de paso.

Quizá sea invocar al Sr. Obvio pero lo que me provoca una cosa no es intercambiable por la otra, es decir, lo que me hace sentir ver a mis hijos crecer no suple lo que siento subiendo montañas. Intentar que así sea hará que me sienta incompleto.

No podemos vivir sin sentir rechazo, miedo o tristeza. No somos de corchopán. Podemos intentar evitarlas pero tarde o temprano te vas a topar con algo que te incomode. A menos que seas un ser de luz.

Yo no lo soy.

Y ya que nos vamos a emocionar, ya que vamos a vivir una vida de emociones fuertes usémoslas para conocernos mejor. Saber qué te provoca emociones fuertes te permite saber qué cosas son importantes y que tiene que haber más en tu vida.

Dentro de cada uno de nosotros habita un mundo emocional inmenso y pocas veces nos paramos a explorarlo. Sólo cuando captamos los matices de lo que sentimos, podemos empezar a priorizar en nuestro día a día lo importante y descartar lo prescindible.

Sólo tenemos una vida y sería una pena vivirla con indiferencia.

Y a tí, ¿qué te provoca emociones fuertes?

Un abrazo, David.